Vivir la Adolescencia

 

¿Cómo acompaño a mi hija/hijo en su adolescencia?

  • Conociendo sus necesidades y valorando sus iniciativas, acompañándole en la toma de decisiones sobre su futuro.
  • Respetando su forma de ser y actuar: aficiones, amistades, formas de pensar...
  • Interesándome por lo que hace y poniendo los límites adaptados a su edad y desde una visión positiva.
imagen Vivir la Adolescencia
infografía entendiendo la adolescencia

Cualquier madre o padre de adolescentes coincidirá en los llamativos cambios que observan con respecto a cómo eran en la etapa infantil. Impulsividad, rechazo a las normas, reacciones emocionales exageradas ante cuestiones que nos parecen poco relevantes, “alejamiento” … son sólo algunas de las cosas que ocurren y que no nos explicamos.

Pero, ¿y si pudiésemos entender por qué ocurre todo esto? Porque normalmente, como padres o madres, tendemos a interpretar sus cambios y sus comportamientos como algo negativo…

Está demostrado, y hay mucha literatura actualmente, que en la etapa adolescente se producen una serie de importantes cambios a nivel físico, hormonal y, esto es menos conocido, también a nivel cerebral, que desencadenan esta tormenta. 

En el cerebro se produce en esta etapa lo que se llama PODA NEURONAL: una limpieza y eliminación de conexiones neuronales que se rige por eliminar lo que no se utiliza para reforzar lo que es necesario.

La CORTEZA PREFRONTAL, que es la encargada de organizar, razonar y filtrar, por así decirlo, se encuentra aún poco desarrollada y en continuo cambio, ocupada en establecer un sinfín de conexiones neuronales, que serán muy necesarias en un futuro, por lo que podemos decir que no da abasto para regular al resto de estructuras cerebrales, lo que implica el descontrol de los impulsos y la dificultad para modular las emociones. Hoy sabemos que no alcanzará su madurez hasta aproximadamente los 25 años de edad…

Por el contrario, el sistema límbico, el llamado “cerebro emocional”, se encuentra muy desarrollado y en plenas facultades. La AMÍGDALA es la parte que se ocupa de integrar los estímulos y provocar la respuesta a éstos. Así, ante un estímulo o emoción, toma el mando y desencadena una respuesta, tanto emocional, como de conducta, que aún no puede ser suficientemente controlada por la corteza prefrontal.

Si a esto unimos que en la adolescencia hay una mayor sensibilidad cerebral a la gratificación o recompensa y a las relaciones sociales, podemos entender la búsqueda de emociones intensas, la necesidad de refuerzo inmediato y la asunción de conductas de riesgo (y contra lo que pueda pensarse, la adolescencia sí percibe el riesgo, pero es más fuerte la gratificación resultante de asumirlo).  

En definitiva, todo un terremoto que el córtex prefrontal aún no puede controlar.

Por otra parte, y esta es una de las grandes oportunidades y ventajas de la adolescencia, en esta etapa se dispara enormemente la capacidad de aprendizaje; una capacidad que nunca habrá sido ni será mayor a lo largo de la vida.

 

Digamos, igualmente, que para el o la adolescente, no es una etapa fácil; ellos mismo no entienden bien por qué les pasa esto y lo que sienten.

Gran activación, emociones intensas, facilidad inmensa de aprender, todo ello mezclado con una enorme confusión y un bajo control de los impulsos.

Todos estos procesos, repasados de forma muy simple, que se producen en el cerebro adolescente tendrán como resultado una mayor velocidad de comunicación neuronal, y el refuerzo de las interconexiones entre ambos hemisferios y las redes neuronales; es decir, dará lugar a un cerebro más eficaz, más potente y más maduro, en el que paradójicamente, acabará produciéndose un aumento de la concentración, la regulación de las emociones y el control de impulsos.

Una vez conocidas las razones, en primer lugar, es importante interiorizar por qué ocurre, lo que nos dará una mayor posibilidad de entender sus comportamientos y sus reacciones, aliviando así esa sensación de “pero, ¿qué habremos hecho para que esto ocurra?”

Y, aunque esto sea importante, nuestro papel tampoco debe ser el de dejarlo pasar y esperar a que amaine el temporal, sino que deberemos seguir ejerciendo ese papel de “córtex prefrontal” ante ellos; ahora más aún si cabe; eso sí, reforzando la escucha, el diálogo y asumiendo que ya no tenemos ante nosotros un niño o una niña sino una persona en una etapa de transición absolutamente necesaria y adaptativa, que va abandonando la niñez y que lucha para construir,  a marchas forzadas y con muchos sobresaltos, lo que será su vida como persona adulta.

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